Varias provincias se encontraron esta semana sin provisión de gas natural, lo que derivó en que más de 300 industrias y más de un centenar de estaciones de servicio expendedoras de GNC debieran cesar en sus tareas momentáneamente, fundamentalmente en Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe.
La noticia se abatió sobre el Gobierno nacional como un invierno sin estufas. Apenas asumió, y bajo el apotegma “No hay plata”, la administración libertaria suspendió todo proceso de licitación que “careciera de urgencia o de necesidad”. Bajo esa guadaña fue cegada la licitación de válvulas para incrementar la presión de transporte de fluido a través del gasoducto Néstor Kirchner. La prestación que no mejoró y el crecimiento de la demanda de gas residencial (pasó de 45 millones de metros cúbicos por día a 70 millones) por la ola de frío, generaron el desabastecimiento. Por supuesto, el kirchnerismo no tardó en saltar a la yugular de la gestión libertaria, acusándola de improvisación.
Olvidaron los ahora opositores (del alzheimer “K” se avisó aquí el lunes 13) que las presidencias de Cristina Fernández convirtieron una cuestión microeconómica, como la provisión de gas, en un problema macroeconómico. El kirchnerismo congeló el precio del millón de BTU en boca de pozo hasta la segunda presidencia de la viuda de Néstor Kirchner: lo mantuvo en 2,50 dólares, con lo cual la producción de gas natural cayó 15,6% entre 2003 y 2012. Hubo que importar gas de Bolivia o comprar gas licuado de Venezuela, que llegaba en barco, a precios muy superiores. Sólo en 2012, el populismo energético le costó 5.000 millones de dólares al país. Ese año aumentaron el valor.
En 2022, durante la reciente gestión de Alberto y Cristina, el Gobierno nacional lanzó el Plan Gas, por el cual prorrogó por todo ese año, y el siguiente, la compra de 100 millones de metros cúbicos de gas diario a 3,50 dólares, cuando lo pagaba a 28 dólares como GNL transportado en barco.
Claro está, este dislate “K” no exime de responsabilidad al Gobierno actual por su imprevisión. La suspendida licitación de válvulas, según medios nacionales, rondaba los 45 millones de pesos. Como no se concretó, esta semana se pagó 21 millones de dólares a Petrobras por un barco con GNL.
Los antecedentes del desgobierno kirchnerista, eso sí, debieran eximir a la dos veces ex Presidenta de predicar ejemplaridad en administración estatal. “Durante el gobierno del Frente de Todos, en autocrítica online, mencioné como un problema el de los funcionarios que no funcionaban. Con el actual gobierno, al problema de funcionarios que tampoco funcionan (porque no saben o no entienden) se le ha sumado uno infinitamente más grave: el de las ideas que no funcionan, combo letal en materia de gestión estatal”, posteó en la red social cuyos usuarios siguen llamando Twitter.
Es llamativo que quien fuera vicepresidenta de la Nación entre 2019 y 2023hable del “gobierno de Frente de Todos” como si no hubiese sido también “su” gobierno. Pero esa semántica es un detalle comparado con el hecho de que Cristina, en su contraste, determina que durante el cuarto gobierno “K” había funcionarios que no funcionaban, pero resulta que las ideas andaban estupendamente.
Cuando Cristina cumplió su mandato vicepresidencial, en diciembre pasado nomás, la inflación acumulada de 2023 superó el 211%. La pobreza, que esa gestión había heredado de la gestión de Cambiemos en 2019 con un índice del 35,5%, fue elevada al 41,1% al final de 2023. ¿Qué era lo que funcionaba, exactamente, durante el último kirchnerismo?
Pero dado el negacionismo cristinista, conviene repasar algunos de los hitos de las magníficas ideas funcionales llevadas adelante durante los mandatos en que ella fue la jefa de Estado.
El gasto público desembozado del populismo “K” signó la primera presidencia de Cristina con la pelea contra el campo. La voracidad fiscal impulsó un esquema de “retenciones móviles” a la exportación de soja: según la época del año, la Nación se quedaba con el 50% de lo que se pagaba en el exterior por cada tonelada del grano. El Senado, con el voto “no positivo” del vicepresidente Julio Cobos, de origen radical, rechazó esa propuesta. La había ideado, mediante la Resolución 125, el entonces ministro de Economía Martín Losteau, hoy titular del radicalismo nacional. La inflación registraba índices oficiales mendaces, porque el Indec estaba intervenido desde finales de 2006.
La segunda presidencia de Cristina quedó marcada por la escandalosa expropiación de YPF. El obtuso “relato” sostenía que iba a costarle al país tan sólo un dólar. Pero a Repsol se le pagaron entonces 5.000 millones de dólares. En 2023, se perdió el juicio con los accionistas minoritarios, por 16.000 millones de dólares. A ello se sumó el “default” con los “fondos buitres”, que no entraron al “megacanje” impulsado por Néstor Kirchner. Llegaron a trabar embargo sobre la Fragata Libertad, que quedó retenida en Ghana durante 77 días. Las iluminadas ideas del populismo funcionaban tan bien que ni la Marina argentina estaba segura en alta mar.
Este año, por cierto, la Fragata Libertad se quedará en puertos de cabotaje. El Gobierno del Presidente que este mes viajó a España para hablar en la cumbre de la derecha europea, y que ahora viajó a EEUU para entrevistarse con el creador de Facebook (ayer, para enfocarse en el encuentro con Mark Zuckerberg, canceló su disertación con empresarios), aduce que “No hay plata” para un viaje internacional de entrenamiento de los cadetes de una fuerza armada nacional.
El pasado triste y el presente desastrado del barco nacional atraca en una orilla común. Allí no puede igualarse a un mandatario que lleva sólo meses con una ex Presidenta que formó parte del Ejecutivo nacional durante 12 años y que ha sido condenada por administración fraudulenta. Pero el muelle es el mismo. Por momentos, parecemos encallados en una sucesión de estadistas de Costa Pobre.
Costa Pobre era el país bananero imaginario gobernado por un tiranuelo, encarnado por Alberto Olmedo. Claro que su entorno lo proclamaba “protector de los humildes”. La devaluada moneda carecía de cotización porque no había una pizarra capaz de contener todos los ceros que había que agregarle. Nunca había plata, salvo para festejos y puestas en escena del dictador subtropical. Él, sin embargo, cada vez que tenía un problema de memoria reciente, proclamaba que su gobierno era una democracia. Cuando le informaban que la inflación era del 3.100%, celebraba: “¡Vamos! ¡Bajamos!” No le importaban los paros generales porque cada vez quedaba menos que paralizar. Recibía con honores al enviado del FMI, y le aclaraba que las protestas callejeras eran un festejo popular. Cuando la evaluación del FMI era negativa, atentaban contra el organismo de crédito.
El gobernante de Costa Pobre conocía la situación ruinosa en la que vivían sus gobernados. Es decir, no era ajeno a ese padecer: sencillamente, no se hacía cargo. Cualquier parecido con la Argentina de los estadistas que se dedican a echarle la culpa a otro es pura coincidencia. Porque lo de Olmedo era una sátira. Y porque sus ministros, cuanto menos, le pedían que no cante. Y que no baile…